La luz del mundo

Queridos hermanos y hermanas, el texto bíblico de hoy consta de un solo versículo.

Se trata del versículo 12 que encontramos en el capítulo 8 del evangelio de Juan y que podemos leer juntos ahora:

Juan 8,12 Jesús volvió a hablarles diciendo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

Este es el segundo «Yo soy» que Jesús proclama en el evangelio de Juan.
En mi último sermón hablé del primero de estos siete «Yo soy», en el que Jesús afirma: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo». En ese contexto vimos cómo Jesús nos invita a comer su carne y a beber su sangre, no porque quiera que nos convirtamos en caníbales, sino porque quiere darnos una fuerte imagen de cómo el espíritu del creyente necesita alimentarse diariamente de Jesús. Esto es necesario para que a través de Su palabra podamos encontrar dirección y fuerza para caminar en un mundo que no nos ama y al que no pertenecemos, y para que a través de Su sangre podamos vivir en paz con Dios y con los hombres.

Hoy me gustaría continuar con vosotros en el descubrimiento de estos «Yo soy» con los que Jesús se describe a Sí mismo y a su misión. Es una manera de conocer mejor a Jesús a través del simbolismo que utiliza para darse a conocer al mundo y, en particular, a sus discípulos. Por eso, hoy trataremos de comprender cuáles son las principales características de Jesús en referencia al hecho de que Él se compara con la luz que ilumina todo el camino.

Digamos de entrada que Jesús pronunció esta frase cuando se encontraba en el templo de Jerusalén durante una de las fiestas religiosas judías más importantes:
La Fiesta de las Cabañas.

Veremos primero cuál era el significado histórico y espiritual de esta fiesta y cómo la celebraba la gente de entonces. Señalemos que las comunidades judías siguen celebrando Succot (nombre hebreo de la fiesta de las cabañas), que este año cae del 17 al 24 de octubre.

Succot es una alegre fiesta de una semana de duración que tiene lugar en el séptimo mes del calendario judío. La fiesta termina el octavo día con celebraciones especiales. Esta fiesta conmemora el tiempo que Israel pasó en el desierto tras salir de Egipto hasta su llegada a la tierra prometida. Era, por tanto, una fiesta para dar gracias por la liberación, la protección y la ayuda de Dios durante la travesía del desierto.

Por eso, durante esta semana, el pueblo es llamado a construir y habitar en cabañas hechas de ramas, como recordatorio de que en esta tierra sólo somos peregrinos de paso. El octavo día representa la entrada del pueblo en el Reino de Dios, en la ciudad eterna.
La fiesta también tenía un aspecto social, ya que se celebraba en la época del año en que se recogía la cosecha de finales de verano. Era una ocasión para dar gracias a Dios por las bendiciones de la cosecha y rezar por la cosecha del año siguiente.

En los días en que Jesús vivió en esta tierra, la fiesta se celebraba con danzas y cantos y con procesiones en las que se utilizaban antorchas para iluminar la hoguera. El templo y la ciudad también se iluminaban con grandes candelabros. Antiguos textos judíos atestiguan que no había un solo patio en Jerusalén en aquella época que no estuviera iluminado por grandes candelabros.

Jesús proclamó que era la luz del mundo precisamente en la fiesta de los tabernáculos, es decir, en el día en que toda la ciudad se iluminaba en honor del Dios que los había liberado de la esclavitud en Egipto, que los había guiado y protegido durante cuarenta años en el desierto y que finalmente les allanó el camino para entrar victoriosos en la tierra prometida.

En el mundo espiritual no existe la casualidad ni la coincidencia, sino única y exclusivamente la sabia mano de Dios que hace que las cosas sucedan en el tiempo que Él ha señalado y de la manera que Él ha querido. Por eso no es casualidad que Jesús proclamara ser la luz del mundo el mismo día en que el pueblo de Dios celebraba con antorchas y candeleros la protección y asistencia de Dios durante su travesía del desierto, su entrada en la tierra prometida y, no menos importante, la bondad de Dios para la cosecha.

Durante los cuarenta años de peregrinación por el desierto, el pueblo contó siempre con la ayuda decisiva y oportuna de Dios, no sólo cuando les daba de comer haciendo descender maná del cielo, sino también como faro y protector. En la Biblia leemos que el viaje del pueblo siempre iba precedido de una nube que era una luz ardiente por la noche. Esta nube de fuego les indicaba el camino en el desierto. Pero no sólo eso, cuando el Faraón perseguía al pueblo, esta nube se interponía entre el ejército egipcio y el pueblo de tal manera que el Faraón no podía alcanzarlos. Por lo tanto, esta nube de fuego era también una protección contra el mal. Esta nube era Dios mismo, tanto que salía del tabernáculo de la tienda de reunión, y cuando Salomón construyó el primer templo, la nube entró en el lugar santísimo del templo.

Así vemos que Jesús utiliza el simbolismo de la luz para decir a la gente que Él es el guía, el conductor, la luz que señala el camino hacia la comunión eterna con Dios. Que es Él quien protege a su pueblo de las fuerzas del mal y que es Él quien hace que las plantas den su fruto y que el pueblo disfrute de la cosecha.

Y es precisamente sobre este último aspecto sobre el que me gustaría reflexionar un momento.
¿Qué es la luz y para qué sirve?
Las estrellas son la única verdadera fuente natural de luz en todo el universo y nadie puede contar su número. Pero toda la luz que el hombre es capaz de producir no es nada comparada con la luz producida por una sola estrella y, en particular, por la estrella que vemos salir y ponerse cada día: el sol.

Muchos pueblos antiguos, entre ellos los egipcios, adoraban al sol como a un Dios porque se daban cuenta de algo tan simple como fundamental. El sol es lo que permite la vida en esta tierra. Ciertamente, no sólo el sol, pero el sol es la única fuente verdadera de luz y energía. Gracias al sol, hay vientos, lluvia y calor que son el motor de la vida. La luz solar permite la síntesis de la clorofila y, por tanto, el crecimiento de la vegetación sobre la tierra y también bajo los mares. A su vez, la vegetación es el combustible que permite a todas las especies animales alimentarse y, por tanto, vivir. En resumen, prácticamente todo lo que vemos y comemos depende de la luz que emana del sol. Sin el sol, no habría vida en esta tierra.

Sin embargo, las personas que adoraban al sol como a un dios cometieron un error fundamental, porque confundieron la creación con el creador.
Leamos juntos los cinco primeros versículos de la Biblia:
Génesis 1:1 En el principio creó Dios los cielos y la tierra. 2 La tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas cubrían la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas. 3 Y dijo Dios: «¡Hágase la luz!» Y se hizo la luz. 4 Vio Dios que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas. 5 Dios llamó a la luz «día» y a las tinieblas «noche». Y atardeció, y amaneció: y fue el primer día.

Omito aquí los detalles de la creación del universo porque es un tema que requeriría mucho más que un breve sermón, pero les he pedido que lean estos versículos para subrayar que la luz procede de Dios. Es Su creación, Su emanación. De estos versículos aprendemos que las primeras palabras que salen de la boca de Dios sirven para crear la luz. Antes de que Dios pronunciara estas palabras, todo era informe, vacío y sumido en la oscuridad. Así pues, la brevísima frase «Hágase la luz» también puede considerarse el primer mandamiento de Dios. Además, poco después afirma que la luz es buena. Y para que lo que es bueno no se confunda con lo que no lo es, Dios hace su primer juicio, es decir, separa la luz de las tinieblas. A continuación, la Biblia nos explica en muchas ocasiones y de diversas maneras que la luz simboliza el bien, mientras que las tinieblas simbolizan el mal.

Yo diría que en este punto podemos hacer una serie de reflexiones porque cuando Jesús dice que es la luz del mundo está diciendo algo que tiene muchos significados espirituales. Veamos ahora algunos de ellos:

  • Cuando Jesús dice «Yo soy la luz del mundo«, no se refiere a nuestro planeta, sino a la parte de la humanidad que no cree en Él. Al igual que el ser humano es incapaz de generar una luz ni remotamente comparable a la que genera el sol, el espíritu de este mundo no tiene luz propia. Darse cuenta de que uno necesita la luz de Dios es un paso fundamental para cualquiera. Y, como hemos visto, éste es el primer mandamiento de Dios.
    De nuevo, Juan, hablando de la venida de Jesús a este mundo, escribe: Y la sentencia es ésta: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
  • En el versículo que leímos al principio, Jesús dice: el que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.
    Así como Dios es quien creó a todo ser viviente, Jesús es la fuente de toda vida espiritual en esta tierra. La persona que no ha recibido la luz de Jesús tiene un espíritu informe y vacío, cubierto por las tinieblas, y su destino es el abismo (que en la Biblia es sinónimo del reino de Satanás). Jesús es la luz que ilumina nuestra mente y nuestro corazón. Él es quien hace brillar la luz donde reinan las tinieblas. No es casualidad que el Evangelio de Juan comience así: 1 En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. 2 Estaba en el principio con Dios. 3 Todas las cosas fueron hechas por medio de ella, y sin ella no se hizo ni una sola de las cosas hechas. 4 En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres; 5 la luz brillaba en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
  • Dios creó la luz y estableció que es buena. La luz de Jesús permite a las personas evaluar lo que es bueno a los ojos de Dios. Del mismo modo que Dios separó la luz de las tinieblas, Jesús capacita a los que creen en Él para discernir lo que es bueno de lo que es malo. Ser iluminado por la luz de Jesús es reconocer que sólo Dios es capaz de determinar lo que es bueno y lo que es malo. Es Jesús quien da la luz necesaria para comprender lo que es el pecado. Cuando hay luz, también hay sombras. Si hay mucha luz, las sombras serán más nítidas y, por tanto, más visibles. Reconocer las sombras que producimos nos permite comprender que somos pecadores. Y éste es el primer paso de la conversión que nos lleva a la salvación de nuestra alma.
  • Del mismo modo que la luz nos permite reconocer el camino en la oscuridad, Jesús ilumina el nuestro, dándonos la posibilidad de llegar sanos y salvos a nuestro destino. El pueblo judío siguió la columna de humo y fuego en el desierto para llegar a los lugares que Dios había señalado para encontrar la ley de Dios, comida, agua y el descanso necesario. El creyente de hoy sabe que siguiendo a Jesús encuentra la verdad y todo lo que necesita para pasar indemne por este mundo. Jesús es nuestro guía en el desierto de este mundo.
    A este respecto, la Biblia nos ofrece también otra bella imagen. En el Salmo 119 encontramos escrito: Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino. ¿Quién de nosotros emprendería una larga caminata por una zona desconocida sin haber consultado antes un mapa o sin tener a alguien con nosotros que ya conozca el camino? Con Jesús tenemos la palabra que nos da todas las explicaciones a lo largo del camino y un guía que va delante de nosotros, marcando el camino.
  • Y, por último, también debemos comprender que cuando Jesús dice que Él es la luz, está afirmando su naturaleza divina. Hay muchos pasajes en la Biblia en los que Dios se manifiesta en forma de luz cegadora, y en el Nuevo Testamento hay al menos tres situaciones en las que Jesús aparece con una luz muy blanca.
    Cuando Jesús fue al monte de la transfiguración, los tres discípulos que le seguían vieron brillar su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
    Cuando el apóstol Pablo iba camino de Damasco, de repente una luz del cielo brilló a su alrededor y Jesús le habló. La luz que vio Pablo fue tan fuerte que quedó ciego durante tres días.
    Cuando el apóstol Juan estaba en la isla de Patmos recibió una revelación directamente de Jesús. Cuando miró al que le hablaba, vio a un hombre con la cabeza y los cabellos blancos como la lana y como la nieve y con ojos como una llama de fuego.

Cuando los Evangelios anuncian la venida de Jesucristo, citan una de las profecías de Isaías sobre la llegada del Mesías. En el capítulo 9 de Isaías está escrito que el pueblo verá una gran luz y poco después define al Cristo como el Consejero admirable, el Dios poderoso, el Padre eterno, el Príncipe de la Paz.

Creo que las Escrituras no pueden ser más claras que esto. Sin embargo, hay organizaciones religiosas de origen cristiano que niegan la deidad de Jesús. La más conocida es la de los Testigos de Jehová. A este respecto, te aconsejo que tengas mucho cuidado cuando hables con estas personas porque su mensaje es muy parecido al mensaje cristiano, pero desgraciadamente no se ajusta a la verdad bíblica. El hecho de que nieguen la deidad de Jesús no es un detalle, sino una falsa enseñanza. Su luz no es como la de Jesús, y esta aparente pequeña diferencia de luz conduce a la perdición en lugar de a la salvación.
La Biblia nos exhorta a estar siempre en guardia contra los falsos profetas y nos recuerda que incluso Satanás se disfraza de ángel de luz.

Releamos ahora el versículo que leímos al principio a la luz de las demás verdades bíblicas que acabamos de ver:
«Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida».

Jesús dice que vino a este mundo para traer la luz donde reinaban las tinieblas.
Él, que es la luz, vino a hacer visible lo que esclaviza a los hombres, es decir, el pecado.
Jesús nos pide que escuchemos su palabra porque el Evangelio es la luz que ilumina nuestros corazones y nos hace darnos cuenta de quiénes somos realmente y de quién es Él en realidad.

Jesús nos invita a seguirle porque sólo Él conoce el camino que conduce a la vida eterna junto a nuestro Padre celestial. Su lámpara ilumina nuestro camino y asegura nuestros pasos. Él camina delante de nosotros y su luz brilla en la noche para que no nos perdamos. Basta con que levantemos los ojos al cielo para ver de dónde viene la luz que nos da vida y vayamos en esa dirección. Si seguimos sus pasos, si dirigimos nuestra mirada hacia su luz nada malo podrá sucedernos nunca y nadie podrá separarnos de Él.

La luz de Jesús da vida. Así como todo ser viviente en esta tierra vive de la luz del sol, también nuestro espíritu vive de Su luz. Antes de que Él nos iluminara, estábamos muertos en nuestros pecados y nuestras almas estaban vacías y sin forma, destinadas al abismo. Pero ahora que brilla Su luz, nuestra vida está llena de Su gracia y nuestro vivir ha tomado forma. Su luz nos ha traído esperanza y nuestro destino es la vida eterna junto a nuestro Padre celestial.

Para terminar, me gustaría leer con ustedes dos versículos del capítulo 21 del Apocalipsis, donde el Apóstol Juan habla de la Jerusalén celestial, el lugar donde vivirán los hijos por toda la eternidad: 23 Y la ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella, porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lámpara. 24 Las naciones caminarán a su luz, y los reyes de la tierra traerán su gloria a ella.

Con esta esperanza, invito a cada uno de nosotros, y por tanto también a mí mismo, a encontrar siempre tiempo para ser iluminados por la luz de Jesús mediante la lectura de su Palabra. Porque creo que ésta es la mejor manera de caminar en este mundo oscuro. Creo también que cada uno de nosotros debe alimentar siempre su esperanza dirigiendo siempre su mirada hacia la meta final, es decir, hacia la Jerusalén celestial iluminada día y noche por Dios y por el Cordero.

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